En septiembre de este año, mientras preparaba mis cosas para dejar Uganda por unas semanas, recibí una invitación de Pullmantur a pasar unas vacaciones a bordo de un crucero por el Caribe. Si bien la propuesta sonaba muy tentadora ─siete días navegando entre Panamá, Colombia y Aruba no eran algo para desperdiciar─ reconozco que tuve que verme cara a cara con mis propios preconceptos. Hasta hace un mes, yo pensaba que los viajes en crucero eran cosa de jubilados o de gente aburrida. En este post, mi experiencia de vacaciones a bordo del MV Monarch, y los motivos que descubrí para querer repetir este tipo de viajes.
1. No hay que preocuparse por nada
Cuando comenté en mis redes sociales que me iba de viaje una semana en un crucero por el Caribe, hubo quien desconfió de mi capacidad de estar quieta. “¿Vas a aguantar siete días sin hacer nada más que navegar?” Primero, me gustaría empezar por aclarar que lejos de lo que mucha gente piensa, en el crucero hay muchas (pero muchas) cosas para hacer. Pero como voy a hablar de eso más adelante, déjenme spoilearles el final del cuento: sí, me aguanté. Quizá si la invitación me hubiera llegado estando en mi casa con más ganas de agarrar la mochila que otra cosa, no podría haber disfrutado del enorme placer que a veces implica no tener que preocuparse por nada. Viniendo de África, donde cada día equivale a una aventura, donde hay que lidiar con diferencias culturales, barreras idiomáticas, precios inciertos y una lista larga de desafíos, reconozco sin culpa lo bien que se sintió pasar una semana en una zona de confort navegante, con todo organizado y pensado para que esos siete días fueran una burbuja de desconexión. ¿Descanso? Sí, y en una cama de esas que parecen que te abrazan cuando te estás quedando dormida. ¿Comida? También, de la que no da dolor de panza, de la que se come sin preguntarse qué es lo que se está masticando, de la que uno no se cansa por ser igual todos los días, de la que hay suficiente. ¿Paseos? Sí, arriba y abajo del barco. ¿Tiempo para no hacer nada? Mucho: en el deck mirando el atardecer, junto a la piscina con una piña colada en mano, en la terraza escribiendo mi diario. Unas vacaciones en un crucero son eso: una sucesión de días donde no hay que pensar en nada más que en pasarla bien. Por supuesto que no cambiaría mi vida de mochila y viajes a dedo por una vida de navegación constante, pero entiendo que si alguien trabaja todo un año para tener dos semanas de vacaciones (o si alguien viaja todo un año a puro acampe, pedaleada, mochila y cocinita de gas), siete días en un crucero son un paréntesis de relajación muy tentador.
2. Se tiene otra relación con el mar
Cuando miré el programa que me mandaron y vi que había dos días enteros de navegación, me armé una lista de actividades para hacer para matar el aburrimiento. La cosa iba más o menos así: Ponerme al día con el diario de papel; mirar películas; escribir un post; responder mails atrasados…
A la media mañana de ese tan temido primer día de navegación, yo ya me había dado cuenta de que si había algo que no iba a hacer a bordo del crucero, eso era trabajar. Comenzamos en la pileta tomando sol, disfrutando de las olas naturales que se generaban con el propio movimiento del barco: me pareció loquísimo que incluso cuando la navegación no se sintiera, el agua salada de la pileta se convirtiera en una suerte de mar por el mismo movimiento del barco. Después recorrimos los diferentes pisos, jugamos a PullmanTurGo (una especie de Pokemon Go que nos hizo correr por todos lados), comimos pizza, miramos el horizonte en busca de algún pez o delfín o Nessie que se asomara del agua, bailamos un rato en la terraza, tomamos daikiris de maracuyá, y terminamos el día mirando como el sol se escondía allá en la lejanía, donde no había otra cosa que mar. Ese día, pasó algo que jamás hubiera imaginado: sabía que próximamente desembarcaríamos en Cartagena, pero yo no quería bajarme del barco. Quería más días de navegación para mirar a mi alrededor y no ver otra cosa que agua. Quería tirarme a dormir a la sombra con el movimiento del mar, seguir buscando delfines, no tener que preocuparme por nada que no fuera existir a bordo.
3- El transporte deja de ser un medio para convertirse en un fin en sí mismo
Este, creo, fue el mejor descubrimiento que hice. Necesité cruzarme de vereda y mirar todo con otros ojos para “redescubrir” ese tipo de viajes que antes había menospreciado. Porque claro, si uno está acostumbrado a viajar de manera independiente, la forma que proponen los cruceros de conocer un lugar puede sonar ridícula. ¿De verdad pueden conformarse con 5 horas de desembarco en Aruba? En realidad, hay que cambiar la óptica para poder entender. Por supuesto que cinco horas en un país no son nada en comparación con unas vacaciones enteras en ese mismo lugar (y por supuesto que cuando me di cuenta de que mi primera vez en Aruba iban a ser de horas me dio un poco de ansiedad y desesperación) , pero lo que el crucero propone no es un modo distinto de llegar a ese sitio, sino lisa y llanamente una excursión, un paseo. No hay engaños ni letras chicas. Y eso se debe, simplemente, a que a diferencia del avión, el auto o el bus, el crucero no es un medio de transporte. Si uno hace un viaje en crucero por el Caribe, es porque tiene ganas de pasarse una semana a bordo de un barco disfrutando de todas esas comodidades que mencioné arriba. Los desembarcos, las excursiones en tierra, el tiempo que uno pasa en esas ciudades, son un extra. Y está bien que así sea, porque la experiencia primordial no es la de sumar países sino la de navegar para poder llegar hasta ellos. Antes de vivirlo, quizá no lo hubiese entendido. Reconozco que a lo mejor si solamente me moviera en crucero por países en los que no estuve antes, me quedaría con gusto a poco, porque no, no se puede conocer un país en cinco horas, y porque puede ser medio exasperante moverse como ganado en malones que copan la ciudad, sin mucha posibilidad de recorrer libremente. Pero también debo decir que si no hubiese sido por el crucero, yo todavía no conocería Aruba.
4. Hay muchas opciones para pasar el tiempo
El MV Monarch, el barco en que nosotros viajamos, es casi tan grande como en Titanic. Aunque a simple vista parece abarcable, lo cierto es que hay tantos lugares para ver, tantas cosas para hacer, que uno puede pasarse el día entero sin cruzarse con la misma persona. Salas de recreación para adolescentes (intentamos entrar para sacar fotos ignorando el cartel que prohíbe el paso a mayores de 18 y salí corriendo cuando un púber nos gritó sin vergüenza “¿Están perdidas?”), sala de juegos para niños, pared de escalada. Si les gusta el teatro, hay uno donde todas las noches hay un show distinto. Si les gusta el casino, hay mesas de ruleta, máquinas tragamonedas y mesas donde jugar a las cartas.
5. No son tan caros como uno se imagina
Yo pensaba que un crucero era un producto de lujo. Me imaginaba que había que invertir muchos billetes verdes para tener esa vida de todo incluido por unos cuantos días, y supongo que por eso, más los prejuicios que comenté más arriba, jamás se me había cruzado por la cabeza la idea de irme a crucerear. Qué equivocada que estaba. Aunque, obviamente, las cabinas con balcón y los servicios VIP suponen un costo extra, el precio de los cruceros por el Caribe es considerablemente menos de lo que mucha gente se gasta en unas vacaciones normales. Incluso, hay cruceros que atraviesan el Océano Atlántico en 16 o 17 días, que valen casi la mitad que un pasaje en avión para el mismo recorrido. Hay que tener el tiempo, y hay que tener las ganas, pero estoy segura de que si mucha gente supiera lo que realmente vale un crucero y cuáles son las condiciones, este tipo de viajes se volvería mucho más popular.
6. Son una opción (romántica) muy diferente
Aunque este viaje me tocó hacerlo con amigas, no pude dejar de imaginarme qué lindo sería tener unas vacaciones románticas con Juan a bordo de un crucero. Para descansar del viaje mochilero, para no hacer nada más que amarnos en el Caribe, para disfrutar del mar, de que nos atiendan, para desconectar y reconectar solamente con nosotros dos. (Aunque si tengo que ser honesta, pude también imaginarme ese mismo viaje con mi hermana, con mi amiga Lala, con mi mamá y hasta con mi abuela que la hubiera pasado bomba).
Por todo esto y más, es que reivindico a los cruceros en mi catálogo de viajes. No serán lo más aventurero del mundo, ni lo más mochilero, ni la mejor forma de conocer un país, pero son unas vacaciones muy particulares, que me alegra haber experimentado.
Tomado del Blog: LOS VIAJES DE NENA https://losviajesdenena.com/motivos-para-escaparse-en-un-crucero-por-el-caribe/